Mi corazón roto se derretía. Yo trataba de contener la hemorragia taponando con las manos, pero solo lograba manchármelas de tinta, sueños e ilusiones rotas.
La soledad de la noche pesaba a mi alrededor mientras buscaba sin resultado a la persona que se me prometió. Una promesa, un sueño a medianoche… una pesadilla.
Mi vista se comenzaba a nublar, las fuerzas me abandonaban mientras miraba hacia adelante.
Fantasmas aparecían y susurraban sus promesas de felicidad. Sonrisas, chicas, amor que nunca llegó a llegar.
Los nombres de aquellas personas a las que quise tanto, que habían determinado mi vida, aparecían ante mi vista.
Juré cambiar, superar mis sueños no cumplidos, dejar atrás toda aquella frustración infantil, aquellas lágrimas de niño cuya sociedad ideal se cumple sin margen de error.
Aquellos rostros que hubiese acariciado sin cesar, cuerpos a los que abrazarme como a una palmera en un huracán. Todo aquello ya no estaba. Tan solo sus fantasmas, posibilidades, caminos que pudieron tomarse y no se tomaron.
¿Habría fastidiado la oportunidad de conocer al amor de mi vida? ¿Era acaso aquella persona a la que había dejado atrás?