
Dibujo por Little K.
Año 123 a.C. Villa Narboniis, afueras de Roma.
El aire pesado, entraba por mis fosas nasales, cargado de lujuria, derroche y sensualidad. Me revolví en mi triclinium, cansado de comer tumbado. A mi alrededor había hombres viejos, jóvenes, apuestos, feos, inteligentes y estúpidos. Tan solo tenían una cosa en común, el dinero. Eso era lo que nos unía. Si no hubiese dinero, no habría nadie.
Sentí cierta rabia dentro de mí. Sabía que eran falsos, pero tener la certeza era desagradable.
Mi mirada se cruzó con otra, unos ojos verdes que chisporroteaban deseo. Como si entre nosotros se hubiese creado una especie de red, ella se fue acercando poco a poco, sin ningún movimiento brusco, ante mi sorpresa. Estaba bloqueado y cuando me quise dar cuenta la tenía delante. Sus manos delicadas me acariciaron la piel con suavidad. Sin embargo, no sentí nada. Al ver que no reaccionaba, con un elegante movimiento desató un hilo y pronunció su escote, acompañando todo esto de una sonrisa traviesa. Sin embargo, no sentí nada. Mi seriedad no hizo más que ampliar su sonrisa hasta volverla artificial. Dudaba. Entonces, posó sus fascinantes ojos en mí y me hechizó. Pero al contrario que siempre, esta vez dentro de mí se apelmazaron una mil preguntas y un regusto de misterio y compasión. ¿Cómo había acabado esta chica aquí, entregando su bonita mirada y sus perfectas curvas a un hombre hundido en sí mismo? ¿Cómo se sentiría alguien que se traiciona a sí mismo cada vez que entrega su cuerpo y su energía a un desconocido asqueroso y desagradecido? En ese mismo momento supe que yo mismo sabía responder a esa pregunta. Se sentía vacía.