El papel de la religión en el auge de la ultraderecha
La llegada de la ultraderecha ya no es una utopía en el s.XXI. Menos de un siglo después de Auschwitz, Normandía, Stalingrado y Pearl Harbour, la intolerancia, el nacionalismo, el racismo han vuelto al espectro político con mucha fuerza, demasiada para ignorarla o mirar a otro lado. Estados Unidos, Brasil, Austria, Francia, Inglaterra, Dinamarca, Suecia, Italia, Grecia y Alemania tienen o están muy cerca de tener tanto representación parlamentaria de grupos ultraderechistas como gobiernos radicales. Trump, Bolsonaro y Salvini son el ejemplo más evidente de cómo el racismo, la homofobia, la intolerancia y el machismo son hoy políticas efectivas, que cuentan por millones sus adeptos y que están amenazando los valores de toda una sociedad democrática basada en los derechos humanos.
Hasta ahí el análisis político, mediocre quizá, pero que resume una situación real que cada vez afecta a más personas a lo largo del mundo.
Analizando las estadísticas, los colectivos y su intención de voto, salta a la vista cómo el voto religioso ha sido el desequilibrante de la balanza en muchas de estas elecciones. En bastantes periódicos he visto ya cómo se analiza el resultado del voto evangélico-protestante (muy numeroso tanto en el caso de Brasil como en el de E.E.U.U) y siempre con el mismo resultado; mayoría abrumadora a favor del gobernante ultraderechista.
Este quizá, sí que es un hecho que debería importarnos a todos como sociedad religiosa. ¿Por qué un grupo de personas cuya máxima es la ley del amor a Dios y al prójimo vota a favor de gobernantes abiertamente xenófobos y radicales?
Es el momento de reflexionar. ¿Qué podemos hacer para no caer en esas posturas ultraconservadoras? Para empezar, entender tres cosas: el papel de la religión respecto al estado, la autocrítica y la tolerancia.