
Por Joanna. L. C
Hay tres cosas hermosas
en el albor de un día:
la magia, el amor y la sabiduría.
Las criaturas nacen felices,
son príncipes y princesas,
llenan el aire con dulzura y pureza.
Pero pronto las jóvenes criaturas
se ven arrastradas sin remedio
hacia un mundo que las consume
y las transforma en un medio.
Son un colectivo, son un grupo,
su pensamiento es el pensamiento de todos
y sus sentimientos ya sólo importan a unos pocos.
Esta es la historia de un príncipe, nacido en un cuento donde los cielos eran azules y las tierras fértiles y repletas de luz.
Un príncipe que bien pudo ser una princesa, o quizás es que realmente no importa lo que era.
Una figura a cachos, de pies de plomo, piernas de hierro, torso de acero y cabeza de neón.
Se apoyaba sobre tres pies, alguno con más fuerza que otro, pero cada uno con suficiente fuerza para aguantar a una legión.
Sin embargo, su historia avanzaba y el cuento se volvía pequeño para lo que él quería que fuese su vida.
Y es que cuando el dolor aprieta, cuando el sabor que te queda en la boca al cerrar los ojos no es más que una profunda amargura, ningún cuento puede ya sostener la historia de un joven príncipe.